Visitar a los fantasmas de la infancia en el Edificio la princesa

Lo primero que llama la atención de Edificio la princesa es su diseño: once relatos autónomos, aunque con un par de elementos comunes, que a su vez pueden leerse como una novela construida desde once ángulos. Cada cuento está escrito en primera persona, con cambios evidentes de léxico y sintaxis según corresponda al personaje: una niña, un “pacheco” sesentero, un galanazo de los cincuenta, etc. Todo permeado con una convivencia con la muerte muy característica de nuestra cultura nacional, y algunas referencias a la historia reciente de nuestra ciudad: los temblores del 57 y el 85, las olimpiadas del 68, entre otras.

Si hubiera que destacar un cuento, sería “Federica”, por la humanidad que trasluce en todo lo que ésta tiene de luminoso y de execrable; es un relato que conmueve a la vez que estremece y exige una pausa después de su lectura para restablecer el equilibrio de las emociones.

Bruce Swansey revela el propósito del libro en la dedicatoria: “A la memoria de quienes me han precedido y recupero transformados en Edificio La Princesa”. El pasado rara vez corresponde al recuerdo, porque a éste se le añaden los afectos y los deseos; el de la nostalgia es un reino impreciso. No obstante, es justamente esta forma distorsionada del camino vital ya recorrido la que resulta más genuina, dado que la contribución del pasado a la personalidad actual de cualquier individuo no es una acumulación de hechos objetivos, un camino recto, sino una senda llena de vericuetos emocionales y descubrimientos existenciales.

Esta relación entre el pasado y la identidad contemporánea adquiere mayor relevancia en nuestro tiempo, obsesionado con el presente y con el cambio, al punto de que pareciera que los seres humanos brotan de repente, carentes de raíces. El autor lo explica de manera brillante en el último de los cuentos: “Uno cambia a través de los años desde la cabeza a las plantas de los pies, desde la superficie de la piel hasta las entretelas del corazón. Cada diez años el cuerpo se deshace de una capa reemplazándola por otra y aunque es probable que el centro esté vacío, en él depositamos nuestras esperanzas de que algo esencial o sagrado, inamovible, haya sobrevivido los triunfos y los fracasos, todos ellos ficticios. Regreso a este sitio con el deseo de ponerme en contacto con ese anfitrión que sobrevive a pesar de los cambios, de la sucesión de todos esos hombres a quienes ha brindado hospitalidad y cuyo conjunto es lo que llamo ‘yo’”.

Y así como el autor regresa al Edificio la princesa de su infancia, el lector inevitablemente evocará sus propios fantasmas, unos divertidos, otros trágicos, aquellos nobles, estos viles. A final de cuentas, todos forman parte de él. Tal pareciera que, al llegar a cierto punto de su vida, el ser humano desarrolla el hábito de mirar hacia atrás en un agridulce ejercicio de nostalgia.

Álvaro Sánchez Ortiz

Edificio la princesa de Bruce Swansey, Serie Rayuela UNAM. Más información en www.cultura.unam.mx.