El teatro es el parlamento de los muertos. El coro de las voces idas; casi olvidadas. Antiestrofa de fantasmas que deambulan por los callejones de la Historia.
Y también el diálogo de las desgracias humanas. La vida es una enfermedad incurable, pero puede ser peor. Verdecruz o los últimos lazaretos es un convivio de testimonios sobre los enfermos de lepra en Ecuador y Colombia, cuando el padecimiento era algo más: el calabozo infinito. Desgarradores testimonios de mujeres y hombres aislados para siempre en guetos, más cercanos a la morgue que a la hospitalidad y el humano trato.
Seis actores: decenas de versiones. Dinámica, estremecedora y novedosa, la obra que se presenta en el Teatro Santa Catarina, en Coyoacán, perturba los sentidos, la condición humana y el infiel registro del dolor. La frase común del infierno: un muerto es una tragedia; cien son estadística. En este resumen de los apestados, Walter Benjamin, Michel Foucault y el equipo argentino Newell’s Old Boys aparecen en el momento justo: cuando la catarata de historias rebasa la compasión o la lástima. Dios, que ve y escucha todo, en los leprosarios pasa desapercibido. Los enfermos, sin embargo, andan y se levantan. El Ángel Exterminador hace de cadenero de esos reclusorios de la sanidad pública.
Dirigida por Mario Espinosa y con dramaturgia de Ingrid Bravo, Verdecruz o los últimos lazaretos se basa en el trabajo documental recabado por Beatriz Miranda Galarza que dio forma al libro Nuestra historia no es mentira, vivir con lepra en Ecuador y utiliza la técnica Verbatim.
Todo ocurre y, sin embargo, no deja de transcurrir. La paradoja: a diferencia de otros males, la lepra no se puede ocultar, pero sus tratamientos y su historia médica siguen escondidos en los gabinetes de la medicina experimental, casi parecida a la vieja psiquiatría que aprendía los métodos en los pesares de los enfermos. Todavía la lepra está por explicarse. Miranda Galarza realiza un gran reportaje del tiempo; la versión teatral es más cercana al documental que al melodrama clásico en el que compiten el bien y el mal, sin máscaras y sin intermediarios. Si vivir es un castigo, la lepra dobla la carga y el sufrimiento.
El Verbatim
Espinosa, director del Centro Universitario de Teatro (CUT), innova en la experiencia dramática y, si se quiere, en el periodismo. La técnica Verbatim fue compartida en la institución hace dos años. Consiste en emplear las palabras exactas de los entrevistados en los testimonios originales. Dice el director que en este perfil los actores son una especie de médiums. Y las tres mujeres y los tres hombres que conforman el reparto cumplen con la exigencia del director y de la dramaturgia. Los tonos, las muletillas, la jerga cotidiana, las exclamaciones pueblerinas y la pobreza auténtica de las víctimas juegan el papel clave del relato.
Discurso apegado a la palabra escrita. Aquí lo coloquial es vigor. Fuerza. Genuinidad. Y el “modo” -tono- juega -en el campo teatral- el papel de árbitro del ritmo. El Verbatim ya probó su eficacia en Estados Unidos y Gran Bretaña, país con larga tradición teatral. Su uso no es muy frecuente en México. Fue la especialista Alecky Blythe la que lo introdujo al país en 2019.
En el montaje la dificultad para el elenco es la edad. Las voces originales pertenecen a mujeres y hombres de la llamada tercera edad. “Viejos”, se dicen ellos. El objetivo se cumple. Sandra Cecilia, Sebastián Cobos, María Kemp -alterna con Ingrid Bravo-, José Juan Sánchez, Sabrina Tenopala y Andrés Tirado, egresados del CUT, hacen de varios personajes y de muchas aflicciones recuerdos imperecederos de la ignominia y de la peste. Repertorio de muerte, desolación y confinamiento de quienes no volvieron a la libertad, a la casa paterna ni a la calle de la infancia.
Verdecruz o los últimos lazaretos es el descubrimiento del closet en el que las muertes viven y reclaman su derecho a la comparecencia ante el tribunal del final de los tiempos.
Cada función tiene un límite de 40 espectadores. La temporada termina el 10 de abril. Se presenta miércoles, jueves y viernes a las 20 horas, sábados a las 19 y domingos a las 18 horas. Más información en cultura.unam.mx.
María Eugenia Sevilla