Retrospectiva de Sergio Hernández hace un llamado a reconocer la barbarie actual

Alquimista del color, Sergio Hernández abre en cada lienzo y en cada trozo de madera metalizada una conversación con los tiempos ancestrales, los sueños y las pesadillas; los mitos milenarios -y otros de más reciente fabricación. 

El Colegio de San Ildefonso dedica una retrospectiva al pintor mexicano, uno de los más destacados exponentes de la plástica contemporánea, de la Escuela Oaxaqueña. Se trata de la exhibición más completa jamás realizada sobre su producción.

“Para mí es un gusto exponer en San Ildefonso; viví también por estos barrios. He abarcado en esta exposición un semblante de lo que soy yo”, dice el pintor en un encuentro con la prensa durante el montaje de la muestra, que abre sus puertas el 11 de agosto.

Bajo la curaduría de Marisol Espinosa, del Estudio Sergio Hernández, y de Eduardo Vázquez, titular del Colegio de San Ildefonso, esta retrospectiva reúne 143 obras, la mayoría en gran formato, e incluye piezas inéditas en cuatro núcleos: Historia, Universos, Mitología y Naturaleza. 

Un periplo por universos míticos que es a la vez un grito, un llamado de dimensiones monumentales a recuperar los ritmos de la naturaleza, a reconocer la barbarie que define el curso de la humanidad y, con ella, del planeta.  

Exposición Sergio Hernández Colegio de San Ildefonso. Foto: Barry Domínguez

Sergio Hernández nació en 1957 en Huajuapan de León, en la Sierra Mixteca de Oaxaca. De padre ebanista, lleva el amor por la materialidad en las venas. La madera es uno de los elementos preponderantes en un trabajo de rica exploración y maestría en las técnicas mixtas, que echa mano del grabado, de tallados, recubrimientos de hoja de oro y pigmentos –de riesgosa toxicidad- como el blanco de plomo o el rojo cinabrio.

En su obra, los materiales son puente entre pasado y el presente, y también entre culturas: el rojo cinabrio, pigmento mercurial ampliamente utilizado en la antigüedad maya –que recubrió a la Reina Roja, en Palenque- es utilizado por el pintor para hablar del ecocidio global en una visión impactante: La sombra

La obra –explicó- parte de una instantánea tomada por un fotógrafo japonés a una pareja que bailaba, como parte de un proyecto realizado en el radio del estallido de la bomba atómica de Hiroshima y publicado en 1968. En aquella imagen, que Hernández reinterpreta pictóricamente, la sombra de un personaje parece dispararle al otro.

“Es el suicidio que nos estamos dando con toda esta devastación ecológica y la sobrepoblación humana de 8 mil millones. Es una preocupación, una crítica”, comenta.

Japón, país en el que residió –como también lo hizo en París, en su juventud- permea la mirada del artista en varias de sus obras.

La ironía y el humor también están presentes, como en el lienzo titulado Juárez no existe. “Juárez en realidad no existe, es un personaje que está en el imaginario de los políticos: que lo mismo duerme en petate que va en un carruaje o dos mulas lo llevan y traen”.

Frente a este cuadro se despliega una reflexión en torno a dos símbolos, lejanos sólo en apariencia: Pinocho y el ajolote. Explica la curadora que el vínculo entre ambos es la inmadurez: el muñeco que se pone en riesgo por falta de experiencia, y el animal sagrado que el antropólogo Roger Bartra recupera en Axolotiada: un ser anfibio, que permanecerá por siempre en estadio larvario, al haberse negado, por miedo, a arrojarse al fuego transformador, y cumplir el mandato de los dioses. 

Hernández también retoma el texto El salvaje en el espejo de Bartra para una serie sobre la barbarie: “El mito de que somos homo sapiens es un cuento: somos salvajes, desde nuestros ancestros seguimos devorándonos. Seguimos cometiendo error tras error y vamos hacia atrás. A nadie le importa lo que sucede en nuestro entorno y la violencia se nos ha hecho natural”.

Lo dice a propósito del mural que pintó para la Facultad de Ciencias y Artes de Aragón, develado el 10 de agosto. De 31 metros de largo por 1.80 de alto, En vilo está basado en el libro Pueblo en vilo de Luis González y González, sobre su tierra, el poblado de San José de Gracia, Michoacán.

“Este país está en vilo en este momento y el planeta también. Es un cuadro en blanco y negro, un cuadro de luto. El primer panel es el retrato de una mujer horizontal inspirado en Brancusi; el segundo es una obra trabajada en la forma de Jackson Pollok, escurrido en 20 metros; y el último es un reconocimiento a José Clemente Orozco: son unos personajes decapitados, que reflejan un poco esta realidad”, detalla el artista, quien acota con un dejo de humor: “Soy un pesimista”.

No así su obra, que en conjunto, resulta una oda a la vida y la sabiduría ancestral, un llamado a recordar y responder al orden del universo, como lo muestra la sección así llamada: Universos, en la que despliega una serie de visiones puntillísticas en blanco y negro, que a la distancia revelan visiones siderales: cielos estrellados, constelaciones galácticas o el reflejo de las estrellas en el mar, hogar de una ballena fantástica que cierra este recorrido.

María Eugenia Sevilla

La muestra, titulada Sergio Hernández, estará abierta al público hasta el 28 de enero de 2024 y contará con un programa de actividades paralelo. Más información en cultura.unam.mx.