En la Velaria del Centro Universitario de Teatro (CUT) se presenta la obra Mitote, dirigida por Alicia Martínez Álvarez, con la participación de trece actores y actrices en formación de la generación 2019-2023.
Mitote es un término que se utiliza para referir a una ceremonia de origen prehispánico, donde se pide y agradece a las deidades por una abundante lluvia, una buena cosecha y por el bienestar de la comunidad. En otro caso, los toltecas lo vinculaban al hecho de que nuestra mente es un sueño en el que las personas hablan a la vez y nadie comprende a nadie, lo que les imposibilita darse cuenta de quiénes son realmente. Mitote proviene del náhuatl mitotiqui ‘danzante’ y de itotia ‘bailar’, y designa un tumulto o vocerío.
Ese vocerío y esa danza brotan de las feroces ganas de jugar de trece niños y niñas que se reúnen para subvertir el orden, expresar sus sentimientos más auténticos y manifestar su desacuerdo con el mundo de los adultos, un espacio para ellos y ellas limitante, aburrido y a todas luces castrante. Entonces, en contraposición, se vuelven astutos cómplices que descubren cómo transformarse en un santiamén en niña diablo, niño dragón, niña toro, la vieja zorra, el muñeco de madera o en “perripatéticos” sabiondos.
El juego cambia en cada escena, son breves historias en las que sus protagonistas se otorgan un tiempo para la mirada y el silencio, dándose la oportunidad para el desenmascaramiento y así reconocer su verdadero rostro. Su juego es imaginación e irreverencia. Inicia con el frotar de la orilla de una copa de cristal con agua, sonido coral para inaugurar la aventura que los llevará a desconfiar de toda línea recta y del “Había una vez”, porque su relato lo van construyendo con el acompañamiento de instrumentos de cuerda y percusión, con voces al unísono. Su intención lúdica es escapar de sí mismos, dormir y soñar con todo lo imposible, y hacerlo sin postergar porque el tiempo de soñar se les está acabando.
Trece chiquillos en feliz ingenuidad, dispuestos a moverse para que sus piernas no se vuelvan raíces, empeñados en que la magia suceda y no se rompa la ficción, dispuestos a parir más y más historias y, de este modo, aletargar al máximo que el amor se les desdibuje de alguna parte de sus cuerpos.
Lo mismo son felinos en ronroneo que escandalosos jinetes con cubrebocas rojos, moscas metiches y en racimos, que una niña flor cachonda o la personificación misma de Lucifer. Todos niños y niñas jugando y en plena metamorfosis, yendo y viniendo de un lugar a otro arriesgándose al deslizarse en las profundidades del infierno, donde solo hay cumbia.
Las reglas del juego son claras, los espacios para ponerlas en práctica, diversos. Campanas tubulares, pequeñas marimbas metálicas, platillos, bongos y un gran tambor sonorizan cada juego que se inventan para despedirse de su infancia. A la vista la vieja zorra dándose baños de asiento, o en otra escena la diabla que se dice a sí misma que el día que se haga adulta estará toda fracturada. ¿Por qué al crecer todo les desilusiona?
Infancias en caída libre. Niñas y niños que, exhaustos y ya menos divertidos, se retiran sus respectivas máscaras y nos proponen como espectadores jugar y ver qué mitote ocurre cuando nos damos cuenta de que todo empieza con un sueño.
Las funciones son los miércoles, jueves y viernes a las 20 horas, sábados 19 horas y domingos a las 18 horas hasta el 24 de abril. Entrada libre y cupo limitado a 30 personas.
René Chargoy Guajardo