El hombre es una criatura condenada a los extremos, los cuales nos escandalizan, sin embargo, somos eternos cazadores de lo absoluto: sí o no, blanco o negro, bueno o malo. Así quisiéramos poder organizar nuestro mundo, que nos prueba una y otra vez que lo absoluto está muy lejos de nosotros: todo es una mezcla insoportablemente azarosa de extremos y absolutos que no tienen nada de absoluto.
La puesta en escena La Muerte del Hombre-Ardilla propone un acercamiento a la vida de Ulrike Meinhof, periodista, intelectual, militante, cofundadora y líder de la RAF (Facción del Ejército Rojo). Sin exaltarla ni condenarla, la obra nos acerca a la mujer, mezcla azarosa de absolutos, que abandonó hijos y hogar para ver cumplidos sus ideales, por los cuales llevó a cabo asaltos y atentados con bombas, en los que murieron personas inocentes.
El montaje nos muestra su vida a manera de un cómic. De igual modo, incorpora el recurso de la alegoría, en la cual participan cinco personajes: U (Ulrike Meinhof), miembro de RAF e intelectual; Gudrun Ensslin, miembro de RAF y terrorista radical; Andreas Baader, miembro de RAF, antihombre, policía y hombre-ardilla, quien muere una vez al día.
En el transcurso de la alegoría, el papel central, aunque sin ser protagónico, es el hombre-ardilla, que representa al pueblo alemán. Los otros personajes, a excepción del policía, simbolizan las diferentes caras de la izquierda: son el intelectual arrogante que habla mucho y teme actuar, la figura mesiánica del antihombre, que es muchos hombres sin saber exactamente qué es lo que representa, y la acción desesperada del militante apasionado, irracional, que se entrega a la lucha. Estos personajes cometen una serie de delitos, en su lucha contra el policía, la cual los llevará a la cárcel y en la que el hombre ardilla está condenado a morir una y mil veces de una y mil maneras a manos de cualquiera: los que luchan en su nombre y en su contra.
La obra sitúa a Meinhof en el momento en que su amigo Andreas Baader es detenido, y ella se une a un comando armado con un plan para liberarlo: hacer que Andreas pueda salir para ser entrevistado y en ese momento llevárselo. El acto, que es el momento de nacimiento de la RAF, es completado como se esperaba, pero algo cambia desde ese instante, tanto en el policía como en Meinhof; el primero, con un hoyo en el pecho, no vuelve a ser el mismo, y la segunda, con sangre en las manos, tampoco.
Ulrike Meinhof llevó sus ideas hasta el punto del “todo está permitido”, incluso matar o morir, pero la obra nos muestra a una Ulrike Meinhof que se topa con la realidad, que duda, que debe confrontar a su hijo abandonado o que se siente una demagoga que usa la palabra sin llevarla a la acción.
El objetivo de La Muerte del Hombre-Ardilla no es que el público tome partido a favor o en contra, ni siquiera instarlo a ello, sino poner sobre la mesa una visión en la que finalmente uno se cuestiona, al igual que Meinhof en su celda, si ha valido la pena. Si la respuesta es negativa, entonces estamos ante un absurdo, una farsa, como se nos advierte al empezar la función.
Eleonor González Roldán
La Muerte del Hombre-Ardilla se presenta en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco hasta el 31 de marzo. Consulta los horarios en www.cultura.unam.mx.