Si te encuentras estudiando o estás a punto de titularte, o atraviesas por una crisis existencial relativa a tu carrera, tienes que ver Mirando el precipicio por encima de mi hombro. Tanto aquellos que tienen dudas como aquellos afortunados que siguen su pasión y estudian lo que les gusta, tienen días buenos, malos e incluso, pésimos. Se enfrentan a varios y muy diversos obstáculos: grandes distancias, el entorno familiar, miedos, frustraciones, inseguridades, el tiempo que nunca es suficiente, la incertidumbre.
Seguramente en algún momento te has preguntado: ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué estoy haciendo? ¿Vale la pena invertir tanto tiempo, esfuerzo y dedicación? Pasas los días preparándote, cumpliendo diferentes retos, soñando proyectos. Te haces de buenos amigos, enseñanzas, recuerdos, anécdotas y uno que otro enojo producido por la convivencia. De pronto, han pasado cuatro años y te ves en la inexorable situación de lanzarte al abismo: abandonas ese microcosmos, te arrojas al cruel mundo real y luchas cara a cara con el dragón. Nada de simulacros.
Quizá, de entre todas las carreras, las apegadas al arte sean en las que más deambulen los demonios. Empezando por la familia, que seguro te lanzará el típico “del arte no se vive” o “eso no es para hombres”. Siguiendo con los demonios propios que afloran en cualquier momento, en los cerrados círculos intelectual-artísticos, que sí, hacen del arte una elitista boca de lobo o, mejor dicho, de cocodrilo, pues puede ser magnánima y protectora o destrozarte de un mordisco. Eso sin mencionar que puedes llegar a tener éxito, en cuyo caso, no será difícil que tu obra sea malinterpretada o de plano poco entendida. Por supuesto, no todo es trágico: el amor al arte mueve montañas y al final lo que importa es eso, qué tanto amor tienes a lo que estás haciendo. Como se dice a los alumnos de teatro: “Si puedes vivir sin el teatro, déjalo lo antes posible”.
Es precisamente ese proceso de formación, de dudas, y tormentos, pero también satisfacciones, que uno puede denominar el “salto al abismo”, lo que explora el autor David Gaitán en la obra Mirando al precipicio por encima de mi hombro. Para ello, Gaitán colabora con una nueva generación de trece actores para quienes, dicho sea de paso, esta puesta significa su salto al precipicio en sí, pues con el montaje de la obra dan por terminada su preparación actoral en el Centro Universitario de Teatro y se lanzan al mundo real.
Sin embargo, la propuesta no es exclusiva para universitarios o estudiantes de actuación: todos tenemos algún abismo al cual lanzarnos. Los amantes del teatro seguramente encontrarán aires de renovación en la propuesta, una idea fresca, un todo fragmentado, pero muy concreto: trece microhistorias, trece vidas muy distintas, personalidades dispares unidas con el sólo objetivo de mantener vivo el teatro, de mutarlo y hacer que a la bestia le nazcan nuevas cabezas donde otras sean cercenadas.
El espectador asistirá a la reunión de un grupo integrado por trece actores (o discípulos), quienes tienen entre manos una gran ambición: presentar la más grandiosa obra de teatro, aquella que será capaz de cambiarlo para siempre. Para ello, se han alejado de sus familias y amigos; se han aislado en un lugar donde han pasado los últimos cuatro años de su vida preparando esa gran obra o, como ellos le llaman, el lanzamiento al precipicio. Ellos han construido su propio Edén, al levantar la bandera del arte y adorar una idea: la Idea.
Miedos, dudas, críticas a la planeación y la funcionalidad del esquema, peleas, roces, reclamos. Todo esto aflora a menos de veinticuatro horas del momento decisivo. Es ahí que el espectador tiene la oportunidad de “asomarse a su mundo”, para no permitir que el grupo se salga de control. Al final, toda cuestión, por irresoluble que parezca, se verá reducida a una respuesta certera: Sí o No lanzarse al precipicio.
La puesta en escena busca hacer del asistente un espectador de la intimidad del grupo. Al dejar la sala, las preguntas son sencillas: ¿Cuál es tu precipicio? ¿Estás dispuesto a lanzarte?
Eleonor González Roldán
La obra Mirando el precipicio por encima de mi hombro se presenta en el CUT hasta el 4 de diciembre. Jueves, viernes y sábados 19:00 y domingos 18:00 hrs. La entrada es libre. Más informes en www.cut.unam.mx.