La escuela del dolor humano de Sechuán, un rompecabezas escénico

La Compañía Festín Efímero presenta en el Teatro Santa Catarina en Coyoacán su versión escénica de la obra literaria del escritor Mario Bellatin La escuela del dolor humano de Sechuán, en la que cuenta historias de seres con cuerpos extraordinarios que habitan un lejano país donde el dolor se ha transformado en una tragedia en común.

A partir del texto original, la agrupación “crea un universo en el que conviven los personajes con una serie de dispositivos que van desde un estudio de televisión hasta la práctica del tatuaje en vivo”.

 

En 2003 se hizo la primera puesta en escena de esta obra en el Teatro Casa de La Paz. Entonces la dirigió Philippe Eustachon, quien le solicitó directamente a Bellatin hacer la dramaturgia, que posteriormente el autor transformaría en una narrativa. Este es el punto de partida para que ahora Guillermo Revilla dirija su propuesta con un elenco de cinco actores y un diseño multimedia que es también protagonista.

Lo que el público atestigua son fragmentos de la novela y otra escritura totalmente nueva, así como metáforas para expresar que más allá del dolor hay vida. Se incluyen aspectos llamativos en cuanto al uso de imágenes. Se busca que los espectadores se dejen llevar como en una montaña rusa, y como el propio Bellatin lo mencionó en algún momento, “que no traten de buscar símbolos antes de tiempo”.

La escuela del dolor humano de Sechuán son piezas teatrales que dan la apariencia de ser independientes. Al terminar la obra es que cabe la sospechosa idea de totalidad. Previamente a que esto ocurra, los personajes con sus respectivas historias toman sus propios caminos. Con pocos recursos en escena, y en medio de todo una pantalla plana como un dios, se tiene la sensación de que uno asiste a distintos performances que no conectan en apariencia. Fragmentos que se insertan al conjunto para dejar entrever una fuerte crítica al régimen chino, ya que uno de los relatos centrales es acerca del asesinato de niños en un lugar en el que no puede haber más hijos que el primogénito.

 

Presencia de narraciones desarticuladas revelan a cuenta gotas el verdadero conflicto: los efectos de procesos de inclusión y exclusión. El conductor de un noticiero es una especie de narrador pancrónico, aquel que explica los hechos más banales, mezclados con historias trágicas, repetitivas, extrañas y hasta humillantes que exponen la versión autorizada, como ya nos es familiar que se haga a través de los medios de comunicación.

En lo alto de un muro de escalada tres grandes ventanales con marcos luminosos, a donde se proyecta simultáneamente la imagen y los desquiciantes monólogos de un calvo personaje, el fundador de la escuela, un tipo con garras de pájaro y testículos colgándole, “con una erección presente como cuando introducía las uñas destruidas en el cuerpo de sus amantes”. Personaje blanco en lo exterior y oscuro por dentro. Alguien que nada aclara y suma mayor ambigüedad a las historias, las cuales tienen como fondo las experiencias dolorosas de la ausencia y la muerte.

La construcción polifónica en escena continúa. En la medida en que avanza lo fragmentado de la representación se rechaza una interpretación cerrada. La ambigüedad discursiva y las expresiones impredecibles llevan al espectador a dudar qué hechos deben horrorizarlo y cuáles no, qué determinadas acciones ampliamente aceptadas son realmente aberrantes al retirárseles la capa que las protege.

 

Las múltiples lecturas de estas escenas, que podrían no ser reales y que en apariencia guardan una supuesta autonomía, muestran cuerpos expuestos a la violencia a causa de un poder soberano o autoritario. Padres o madres que disciplinan a sus hijos por medio del dolor, obligándolos a utilizar arneses o brazos ortopédicos a partir de la falta de un miembro; un Estado totalitario que cercena dedos a aquellos que deciden ejercer su voto; la peor discípula de la escuela del dolor que ahoga niños en la plaza pública. Todos ellos rastros de poder distribuido asimétricamente en y a través de cuerpos. Aquí no hay lugar para la compasión.

La puesta “es presentada como un rompecabezas escénico que ofrece una multiplicidad simultánea de estímulos”. Invita al espectador a juntar las piezas para armar su particular experiencia y plantearse las preguntas que más le inquietan. Queda pendiente que bajo su propio riesgo él mismo persiga una “sospechosa” idea de unidad de la ficción.

René Chargoy Guajardo

La escuela del dolor humano de Sechuán, espectáculo de la Compañía Festín Efímero, tendrá una breve temporada de miércoles a domingo hasta el 2 de febrero en el Teatro Santa Catarina. Más información en www.cultura.unam.mx.