En la muestra Graciela Iturbide, Avándaro, el público puede apreciar varias fotografías y un documental, así como varios ejemplares bibliográficos, crónicas de los eventos vividos los días 11 y 12 de septiembre de 1971 en aquel festival, para algunos, de alcances míticos, para otros, una orgía de desorden y despilfarro, para otros más, un intento por imitar a la juventud norteamericana en los albores de la liberación sexual.
Por aquellos años…
Corría el año de 1969, un año que cambió al mundo: el hombre llegó a la luna, The Beatles anunció su separación, el conflicto en Vietnam se acrecentaba cada vez más, el movimiento hippie se apoderaba de las conciencias más jóvenes y se extendía por todas las latitudes y la juventud norteamericana se reunía, convocada por la música, en festivales que acercaban a la multitud con sus ídolos. Sin duda, el ejemplo más conocido en aquel entonces fue Woodstock.
Pero, ¿qué pasaba en México? Uno de los eventos más memorables fue la inauguración del Metro. No podemos dejar fuera las heridas de la represión estudiantil de octubre del 68, el miedo y la incertidumbre que se respiraba. En cuanto a la escena musical, destaca el concierto de The Doors, a quienes, por miedo a cualquier desmán se les negó tocar en la Plaza México, por lo que acabaron presentándose para unos cuantos afortunados, en cuanto a dinero se refiere, en un club nocturno del Distrito Federal.
Sin duda, el rock se escuchaba en nuestro país y trajo consigo un anhelo de hermandad, libertad, protesta y cambio. Hubo quienes comenzaron a hacer sus “pininos” en aquel género venido de los países de habla inglesa. Sin embargo, los obstáculos fueron muchos, y no fueron sólo sociales, pues se decía que los países latinos no podían producir un rock “decente” porque aquel género había sido concebido en exclusiva para interpretarse en inglés.
No sería sino hasta 1971, en coincidencia con El Halconazo, que el rock adquirió una presencia notable en el país, hasta que fue posible escuchar expresiones del género en español. Por los medios impresos y de boca en boca, aquel año se convocó a la juventud mexicana al Festival rock y ruedas en Avándaro, Estado de México. Los organizadores fueron Justino Compeán (promotor deportivo del circuito de carreras de Avándaro), Luis de Llano (presidente en ese momento de Telesistema, ahora Televisa), Armando Molina (productor musical), entre otros.
El presupuesto era de 40 mil pesos y los organizadores buscaban simplemente una o dos bandas que amenizaran la inauguración de las carreras de autos ese año. Sin embargo, Armando Molina, quien fue el responsable de convocar a los grupos, estiró los 40 mil pesos lo más que pudo. El resultado: 18 bandas de rock en español, entre los que destacaban Los Dugs Dugs, Peace and Love, La tinta blanca, Enigma y un incipiente Three Souls in My Mind, además de un número incierto de entre 150 y 200 mil jóvenes que se reunieron a escuchar música, pero sobre todo, a celebrar su libertad.
Avándaro en imágenes
¿En qué consistía aquella libertad? No se pueden negar muchas cosas de aquel festival: las drogas, el alcohol, la mala organización, el terrible sonido, la lluvia que caía a cántaros. Sin embargo, en boca de varios asistentes, la mayor parte de ellos, algunos retando la prohibición, se sintieron libres con el simple hecho de despegarse dos días de sus casas y lanzarse rumbo a Toluca a “rockanrolear” un rato ya fuera a pie, en camión o de plano “de aventón”.
El evento, a pesar de la todavía reciente represión estudiantil, difícilmente dejó ver tintes o comentarios políticos o de protesta, se trataba de buscar “la libertad que no había en casa”. El locutor Félix Ruano fue el encargado de transmitir, por la cadena Radio Juventud, lo que se pudo del evento, pues este fue sacado del aire cuando el grupo Peace and Love pronunció, en directo y en cadena nacional, la ya tradicional mentada de madre al que no cantara. Sin embargo, el concierto no dejó de ser cubierto en su totalidad por varios reporteros de medios impresos.
Graciela Iturbide, estudiante del CUEC que junto a un nutrido grupo de cineastas se lanzó a registrar aquel fenómeno, pudo capturar con su cámara la belleza efímera de aquel momento. La recolección fotográfica se muestra al público por primera vez en el Museo del Chopo. Por la lente de Iturbide, desfilaron personajes de todo tipo, así se puede ver a los habitantes de Avándaro, a los músicos, a los asistentes, y por supuesto, a la célebre “Encuerada de Avándaro”, quien según testigos no fue la única encuerada, pero sí la única que estaba a la vista para ser fotografiada.
Para aquellos que vivieron el momento, observar las fotografías los llena de emoción, en sus ojos se adivina el brillo cristalino del recuerdo, de la nostalgia; son innumerables las anécdotas, las historias, las memorias. Para nosotros, hijos o nietos de aquella generación, esas imágenes nos permiten imaginar cómo se vivió el festival y recorrer aquella época, con la mirada de un testigo que va de lo artístico, a lo íntimo y lo histórico.
¿Qué sigue después del sueño de libertad?
¿Cuáles fueron las implicaciones del festival? Sin duda, la realización de un evento de tal multitud repercutió en los ámbitos de la música, la política, la sociedad y por supuesto la historia. Quedó de manifiesto, por ejemplo, que efectivamente hacer rock en español era posible, pero se sepultó la posibilidad de que éste se distribuyera abiertamente en los medios de comunicación, provocando que se le delegara a los “hoyos” y que hasta ya muy entrados los años 80, y no del todo, se le quitara la etiqueta de “vandálico”.
Podría decirse que en Avándaro, la música quedó relegada a un segundo término: el papel principal lo tuvo la juventud, una juventud que demostró que a pesar de la organización, podía hermanarse, convivir y salir airosa.
Para no andarse por las ramas, habría que decir que curiosamente la imagen emblemática del festival no fue la de algún músico de pelo largo extasiado en el escenario, sino la de “La encuerada” y en ella se podría resumir lo que significó no sólo el evento, sino toda una época. El cuerpo desnudo de una juventud que necesitaba desesperadamente librarse de las ataduras conservadoras, que ansiaba sentir la lluvia y la música recorriendo su piel y sus sentidos, que soñaba con ese paradigma inalcanzable del hombre: la ilusión de que todos somos iguales y podemos amarnos por igual, que podemos ser hermanos.
La protagonista del festival se liberó por unos momentos de su ropa, bailó como si no importara nada más, se mostró ante las cámaras tal como era y después no se supo mucho de ella, apenas algunos datos personales. Del mismo modo, de aquel noble sueño poco se sabe, simplemente voló alto, se soñó despierto y el sueño terminó.
Eleonor González Roldán
Graciela Iturbide, Avándaro se exhibe en Museo del Chopo del 14 de septiembre al 10 de diciembre. Más información sobre horarios de visita y ubicación del museo en www.cultura.unam.mx.