Ya no reparamos en el cuerpo de tan cotidiano que nos parece. Los casi cien músculos junto con el fémur, la rótula y los meniscos, la tibia y el peroné y la lista de huesos que sigue, más las articulaciones, pasan desapercibidos cuando emprendemos una caminata. El espacio por el que nos conducimos tampoco causa mayor revuelo porque parece que siempre ha estado ahí con sus calles y con la luz del sol y la de los focos y su mucha gente recorriéndolo, mucha gente que a diario se codea, literalmente, con más gente.
Cerca del mediodía inició en la Sala Miguel Covarrubias el programa que el sábado 19 de marzo tenía preparado el Taller Coreográfico de la UNAM. Consistía en un repertorio de música clásica para danzar la historia de un personaje polémico: Jesús, cuya vida es de dominio popular.
El arcángel Gabriel visita a María para anunciarle que será la madre del hijo de dios. De pronto, la Sala Covarrubias oscurece. Se enciende una luz y suena el Ave María de Bach; siete bailarines en el escenario nos ofrecen la experiencia del saludo sin tener que emitir una palabra.
A veces sucede una Gloria, como la de Haydn, en la vida. Los movimientos de Jorge Vega que culminaron con una posición que recuerda a la que el primer hombre (según la Biblia) tiene en La creación de Adán de Miguel Ángel, nos ofrecen una posibilidad de reacción ante esos acontecimientos: guardar las palabras y sólo bailar, permitir que un Aleluya se articule desde la cabeza hasta la punta de los pies.
En otras ocasiones precisamos un Credo que vivifique la esperanza o que encienda el motor que nos hace andar o que nos prepare para El Descenso, pieza con la que culminó la función dancística y en la que asistimos a la muerte de Jesús. Su madre, sus amigos, las mujeres que lo acompañan se conducen tristes y pesados llevando sobre sus hombros un cuerpo inerme que ya no reacciona ni a caricias ni a malos tratos. Por lo menos eso creyeron hasta la resurrección del tercer día. Ya sabemos lo que sigue en la historia.
El repertorio que presentó el Taller Coreográfico podría leerse como la historia de la vida de Jesús desde la anunciación hasta que resucita. Pero, para quien esto escribe, resulta ser una sacralización de lo cotidiano a través del cuerpo que luego desdeñamos. Las palabras y sus representaciones gráficas y valores fónicos se trasladan (sin que se trate de buscar una equivalencia o traducción) al cuerpo que habitamos y ponerlo a transitar por el espacio sin ropa que estorbe ni más luz que aquella con la cual admirar los contornos que nos definen y de los que nos escapamos usando, como decía Gloria Contreras, lo que necesitamos para expresarnos.
Carina Vallejo