El capitalismo voraz de los Pequeños zorros

En la casa de la familia Hubbard se descorchan botellas mientras las risas y la plática ligera dominan la atmósfera. El señor Marshall ha llegado desde Chicago con una gran propuesta de negocios que despertará la ambición de empresarios algodoneros del sur, protagonistas de Pequeños zorros de Lillian Hellman. En el calor de la charla, las conversaciones se mezclan, los recuerdos del pasado perdido –lleno de opulencia y pérdidas– afloran en la voz de Birdie, mientras su esposo Oscar y su hermano Ben dicen al magnate que deben ir al grano, a lo que éste les responde: “Me parece bien, yo vine a hablar de negocios”. Todo se trata de dinero para los pequeños zorros ¿o no?

Durante un momento crucial de la literatura estadounidense, Lillian Hellman escribió su obra a la par de Fitzgerald, Hemingway, Faulkner y Hammett. Más allá de la influencia de sus reconocidos contemporáneos, Hellman crea una visión provocadora y humanamente aguda en la que la mujer destaca en la historia y es una de las figuras centrales, como en el caso de Pequeños zorros.

Negocios en familia

En la pieza, Hellman (Nueva Orleans, 1905 – Massachusetts, 1984) nos sienta en la mesa de una negociación, en los albores del capitalismo moderno estadounidense; al mismo tiempo que nos invita a adentrarnos en el pensamiento de cuatro mujeres blancas de la época y una trabajadora doméstica afroamericana, todas de la región de Alabama. Ellas son Regina Hubbard (Stefanie Weiss), Birdie Hubbard (Marisol Castillo), Addie (Yulleni Pérez Vertti) y Alejandra (Ana Clara Castañón).

Por otro lado, en escena también están los personajes masculinos como contrapunto dominante de este universo de dinero robado y resentimientos añejos. Tenemos al ambicioso Ben (Arturo Ríos), a su hermano Oscar (Carlos Vives), al joven Leo (Pedro de Tavira) y al correcto Horacio (Raúl Adalid), opositor de los primeros. Estos hombres del mismo clan, enemigos y aliados de negocios a la par, ilustran a la perfección la metáfora sobre el surgimiento de ese capitalismo voraz que reinaría desde Estados Unidos a lo largo del siglo XX.

Hellman plasma a detalle en sus personajes esa ambición y voracidad, que Tavira recupera y amplifica en esta versión: “Nuestros abuelos aprendieron los nuevos modos. Ellos (los antiguos aristócratas) nos despreciaban a nosotros, pero ahora sus propiedades son nuestras e incluso su hija”, recita el personaje de Ben en un momento climático de la obra, mientras interrumpe una melodía de piano que Alejandra y Birdie intentan tocar para el invitado a la cena. La mesa ya está puesta para la guerra en familia, sólo falta descubrir cual de los rivales principales se impondrá a los demás, si el ambicioso Ben, su hermano Oscar o la temible Regina.

Medea moderna

En el mar de enredos y negocios turbios, aparece el personaje de Regina Hubbard, quien concentra en sí mucha de la fuerza dramática de la obra. Su ambición y codicia son características de alguien que siempre ha carecido de lujos, en contraste con Birdie, una niña mimada cuya familia pierde su dinero.

El personaje de Regina se enfrentará a una tercera mujer en la ecuación, su propia hija Alejandra, quien se opone a sus intereses y a la crueldad ejercida contra Horacio, el patriarca honesto.

Estamos ante un retrato de las convulsiones del capitalismo, vistas desde una intimidad femenina en escenarios cotidianos de una casa al sur de los Estados Unidos. La osadía que Hellman construye en esta pieza es recuperada por la visión de Luis de Tavira, quien logra imprimir un eco particular por medio de los diálogos de los personajes, un eco que evoca en el público mexicano capitalismos y voracidades nada ajenos.

En la obra también destacan reflexiones en torno a la lucha de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos, la explotación industrial que sufrió y su posterior defensa. Horacio será el personaje que encarne este discurso conciliador, que heredará a su hija Alejandra y a la empleada de color, Addie.

“Hay gente que devora todo lo que existe sobre la Tierra, y hay otros que se quedan mirando sin hacer nada”, expresa Alejandra hacia el final de la obra a su madre Regina, esa Medea moderna que está dispuesta a condenarse y a arder en el infierno de la soledad. Esto le valdrá perder a su propia hija con tal de conseguir el 75% de acciones en la empresa algodonera que sus hermanos están a punto de fundar y en la que su esposo Horacio no quiere verse involucrado.

Jorge Luis Tercero

Pequeños zorros se presenta en el Teatro Santa Catarina hasta el 23 de octubre. Consulta horarios en www.cultura.unam.mx.