Patricia Loranca no actúa, no interpreta un personaje, es ella misma en un pequeño escenario hablándole de frente a un público reunido en el Teatro Santa Catarina, que sigue con atención su relato íntimo, personal y muy honesto a la vez que extensivo a otras mujeres que le son parecidas o no en lo físico, dirigido a aquellas de mayor o menor edad a los 25 años que tiene hoy en día, incluidas también las que su color de piel es diferente al suyo o quizá muy similar, lo mismo que a las habitantes de regiones cercanas o muy alejadas de donde vive por el momento.
Esta chica ataviada en jeans, medias botas y una blusa roja, no pretende ni por asomo explayarse en un ejercicio autorreferencial, lo que le mueve es recobrar, así sea por unos instantes, las historias que le pertenecen a otras mujeres, a las que está unidas por un lazo familiar. Habla de su abuela Esther del Carmen Orantes, cuyo acrónimo ECO es el nombre con el que se conoce en la mitología griega a la ninfa que tenía la virtud de hablar con bellas palabras y que fue condenada por Hera, la esposa de Zeus, a no poder hacerlo por sí misma, sino sólo repetir las últimas palabras de lo que escuchara, nunca las propias.
Su abuela chiapaneca habla tzotzil. Mamá Te, como la llama, cuenta anécdotas y chistes para quien la quiera escuchar. Gusta de escribir sus pensamientos, sensaciones y emociones, nos dice Patricia, y durante un tiempo lo hizo bajo el seudónimo de Eco porque temía que su marido se enterara de que “perdía el tiempo escribiendo” y, en consecuencia, estallara en enojo. El rostro del poder.
Patricia, en cada recuento de los daños, que no es una simple anécdota sino la recuperación de testimonios de vidas oprimidas que le son tan próximas, intercala su postura frente a la inequidad de género, y con sorna da instrucciones puntuales a los espectadores para decir un discurso político, público o privado.
El relato fluye y habla de su madre, que lleva el mismo nombre de su abuela. Es la Esther a quienes pocos le creen la violencia masculina de la que fue víctima, la que no se mira en el espejo porque no le gusta lo que ve, un cuerpo al que le ha negado la existencia. Urgente es desenredar algunas cosas, enfrentarse con las heridas.
Patricia le da un espacio de denuncia a su tía Pepita, quien quedó sorda a consecuencia de los golpes que recibió de un grupo de soldados en tiempos de la Revolución. La descripción de este caso es más gráfica por el uso que hace del lenguaje de señas mexicana. Antes, se refirió a “la señora pijama”, una profesora con grado de maestría que se vio obligada a dejar de trabajar para no perder la pensión a su hijo menor. Habría de terminar refugiándose en su propia cueva con la televisión prendida las 24 horas del día.
Estas y otras historias en voz de una mujer joven, que invita a apropiarse del espacio público, conmueven y dan mucho para reflexionar del porqué miles de mujeres son agredidas y luego silenciadas, algo que se repite todo el tiempo, una y otra vez.
Las historias regresan, están para contarse y compenetrarnos de ellas. Patricia Loranca evita expresarlas como mitos, fábulas, mentiras o conjeturas, a cambio les ofrece un sitio a donde ir en la noche, les abre las puertas del Santa Catarina y, desde allí, las dice con su voz incendiada, en un eco en el que “el yo se convierte en nosotras”.
El unipersonal ECO, presentado por Teatro UNAM, tiene funciones hasta el 22 de mayo los jueves y viernes a las 20 horas, sábados a las 7 pm y domingos a las 18 horas. Actuación y dramaturgia: Patricia Loranca. Dirección: Micaela Gramajo. Diseño escénico: Natalia Sedano. Asesoría dramatúrgica: Jimena Eme Vázquez.
René Chargoy Guajardo