Distopías: Migración y drogas desde la estética precolombina

Según la definición de la Real Academia, distopía es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas”. Es decir, la distopía es el reverso de la utopía, ese paraíso soñado en el que todo es perfecto.

El artista Gabriel Garcilazo presenta en el Museo del Chopo su exposición Distopías, que consta de 35 piezas de cerámica, gráfica y escultura. A pesar de que su trabajo parece tener grandes tintes críticos a los convulsos tiempos modernos, Garcilazo asegura que se trata sólo de un registro histórico, y su fuerza crítica depende únicamente de la acción interpretativa que ejerzan sus espectadores.

Para esta muestra, el artista se basó en antiguos códices mexicas, particularmente el Boturini y el Azcatitlán. El primero narra la historia del pueblo mexica desde que fue exhortado por el dios Huitzilopochtli a abandonar su tierra, Aztlán, e ir en busca de la “tierra prometida”. Ese movimiento migratorio duraría alrededor de ciento cincuenta años, y quienes lo iniciaron no llegarían nunca a ver su fin. El códice detiene su narración abruptamente justo antes de que los mexicas lleguen a establecerse en Tenochtitlán.

Por otro lado, el códice Azcatitlán, fabricado después de la conquista, narra la historia mexica mucho más a fondo, desde el abandono de Aztlán hasta unos años después de la llegada de Cortés a Tenochtitlán. En este caso, el documento amplía la historia de la “gran migración”, del establecimiento en la tierra prometida, su historia bajo el mandato de cada uno de los nueve tlatoanis, sus triunfos militares, guerras, masacres, y un poco de la violencia española.

Para Gabriel Garcilazo, la función de los códices es fascinante, se trata de documentos históricos, registros de momentos trascendentes del desarrollo de un pueblo. Desde esta visión, y al tomar en cuenta tanto el momento histórico en que cada códice fue creado, como el momento que registra, el artista lanza una reinterpretación de ellos y de nuestra propia historia. No es sorprendente, por tanto, que en las piezas de Distopías se combine la estética precolombina con el tráfico de armas, drogas y personas, que son ya parte tan arraigada de nuestra historia.

No es aventurado, pues, hacer el paralelo entre los tiempos de la migración mexica y nuestros propios tiempos. Si el tiempo es irónicamente circular y vuelve siempre al mismo punto o si el país que habitamos ha cambiado mucho menos de lo que creemos, cada asistente lo decidirá. Lo que parece más importante, de momento, es la facilidad con que una migración milenaria, con sus peripecias y sus rutinas, puede convertirse en la vida rutinaria moderna del mismo pueblo, varios siglos después.

A pesar de que los códices son registros de momentos significativos, simbólicos o rituales, la visión de Garcilazo también orilla a pensar en esa cotidianidad monótona de un pueblo, esos días de los que nunca se habla en los libros de historia pero que son, precisamente, los que construyen la cultura e identidad de una población. Esos días que, uno tras otro transitamos de ordinario, y que están bien lejos de lo perfecto, días en lo que todo está bien, y el camino debe continuar, aunque los viajeros originales no lleguen nunca a ver la tierra prometida.

Eleonor González Roldán

Distopías se presenta en el Museo Universitario del Chopo hasta el 30 de abril. Consulta los horarios en www.cultura.unam.mx.