“Los monumentos son ruinas que están en la calle”, sostiene la artista venezolana Déborah Castillo.
Hace 10 años que, autoexiliada, la obra de Castillo cuestiona la idea de monumento, la relación con el caudillismo, siempre patriarcal, y las formas de representación que estas estatuas imprimen a la colectividad desde los espacios públicos.
Es la primera vez que esta artista, quien se afincó anteriormente en Nueva York y ahora vive en la Ciudad de México, desarrolla una pieza ex profeso para el Museo Universitario del Chopo: Desafiando al coloso es un performance y una instalación –acompañadas por un conversatorio- que forman parte de la serie Afrentas, acciones que ha llevado a cabo en diversos países, como Estados Unidos y Brasil, con adaptaciones a los contextos específicos.
Frente a un muro de arcilla descansan tres estatuas que, previo al performance, lucen cubiertas. Será hasta el momento de la acción que serán develadas y muestren las estatuas de tres caudillos que la artista ha elegido para disparar la reflexión.
“Empecé con estatuas de Simón Bolívar, por una gran frustración ante lo que sucede con el gobierno en Venezuela. En cada país trabajo personajes distintos, aquí están inspirados en personajes de la historia de México y de Argentina, para abarcar el Sur; una selección para hablar de la historia mexicana y de Latinoamérica, donde ha habido tantas masacres y torturas a los estudiantes”, comentó Castillo en la charla previa al performance.
Desde su materialidad, la pieza es paradójica, advirtió. Cada estatua está hecha con las directrices de un monumento real, pero son de arcilla.
“Es lo contrario al material de los monumentos, que se piensan casi siempre para la eternidad, para alabar a todos estos personajes. Este es maleable y efímero: por una parte, me da la flexibilidad matérica para transformar en escena los rostros de estos personajes. Por otra, a la intemperie se deshace. El aire y el clima harán un acto con ella y muy pronto se hará una ruina”, detalla.
Con esta serie, la artista cuestiona las estructuras de poder que desde el espacio público plantean valores y lecturas de la historia que para ella están no sólo obsoletos, sino carentes ya de significación. “Han perdido el sentido. A mí nada me dice un hombre vestido con ropas del siglo 19”.
Su comentario cobra relevancia particular en un momento en que el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México ha visto una acelerada modificación de su paisaje, señaló Gabriel Yépez, director del Artes Vivas del museo, en un contexto álgido de revisión de narrativas, protestas y formas de apropiación del espacio y de los monumentos por parte la población civil.
En poco tiempo, la gran avenida ha visto la remoción de la estatua de Cristóbal Colón por parte del gobierno de la ciudad, cuyo espacio vacío fue tomado por grupos feministas que plantearon un antimonumento a los feminicidios imparables en el país. Antimonumento que se suma a otros de reciente instauración, como el que conmemora a los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, mientras que el emblemático Ángel de la Independencia ha sido grafiteado, resguardado y restaurado durante las protestas del 8M contra el machismo y la violencia hacia las mujeres.
“Si estamos aquí frente a estas paredes de arcilla fresca es porque tenemos algo en común y es que compartimos una inconformidad con el pasado”, señaló Jesús Torrivilla, crítico, investigador y el autor del texto de sala de la exposición, quien reflexionó sobre el discurso visual de Reforma.
“¿Por qué esos monumentos nos generan sospecha y esas ganas de grafitearlos, de intervenir lo que nos incomoda de sus pretensiones de belleza y majestuosidad abrumante?”
Los monumentos no están sólo para recordar hitos del pasado; tienen el propósito –al menos eso es lo que busca el poder, dijo Torrivilla- de hacernos sentir herederos de esa historia. Una forma de narrar el pasado que es instaurada desde el poder y ejerce una violencia en el presente.
“Esos bustos fundan una pertenencia, una manera de contarnos. Pero no es a nosotros a quien quieren parecerse, ese es su espejismo: mi hipótesis es que quieren parecerse a la historia misma, que subidos en el ala de un pasado monumental, quieren fundamentar una obediencia a los designios de esa historia”, dijo el investigador venezolano radicado en México, para quien la obra de Castillo es un acto de desobediencia que, mediante la burla, desnuda la violencia intrínseca en el discurso monumental de los caudillos.
Frente a los bustos que aguardan ser descubiertos en el museo, concluyó, “estamos frente a un patíbulo”.
La instalación permanecerá hasta el 26 de junio de 2022 en la Galería Sur del museo.
María Eugenia Sevilla