Del significado y la apariencia de los objetos: Una rosa tiene forma de una rosa

Llevaba una hora intentado descifrar la extraña escritura cuneiforme que inundaba Casa del Lago, cuando la cabeza empezó a dolerme. Me paré frente a un letrero tan grande como incomprensible, de cuyo tamaño intuí cierta importancia. Saqué una libreta en la que había anotado las correspondencias gráficas de aquellos inusitados caracteres con el alfabeto latino y, letra por letra, empecé a decodificar el trabajoso mensaje. Por fin logré leer, con la satisfacción de quien descubre un secreto importante y no una tautología, el letrero que sentenciaba Una rosa tiene forma de una rosa.

Me interné en el primer pasillo de la izquierda; debajo de mis pies había una capa delgada de aserrín y, clavadas sin concierto en la pared, algunas tablas y herramientas de carpintería. Continué a la siguiente sala, blanca toda y muy espaciosa, en la que había algunas mesas de trabajo con modelos a escala de torres de vigilancia, algunos libros de modelaje y más materiales de carpintería. Sobre una repisa, descansaban un montón de martillos con los mangos escritos en el mismo arcano abecedario de antes. Descifré con lentitud los mensajes, fragmentarios por decir lo menos: “la materia de nuestro trabajo está”, “Intuición”, “en todas partes los alquimistas”, “conocimiento”, “transmisión”.

Mientras estaba ocupado en estos afanes, un señor se me acercó sin que lo viera y me dirigió un par de palabras:

– ¿Estudias arquitectura?- preguntó.

Le respondí que no y, curioso de saber por qué imaginó algo así, lo interrogué con mis ojos.

– Es que veo que llevas un buen rato viendo esta parte de la exposición sin irte y, como trata de construcciones, me imaginé que a algo así tendrías que dedicarte- era un hombre de más de cincuenta años, moreno y con un ojo empañado por el tiempo y el uso.

– No, estudio otra cosa- le digo, y de repente me di cuenta de la poca atención que había estado poniendo en la muestra, un poco por el dolor de cabeza, otro tanto por haberle dedicado toda mi atención a descifrar los jeroglíficos, que es decir lo mismo-. Está muy interesante.

– Sí, mira- y me hizo una señal para que lo siguiera. Juntos fuimos hasta una de las mesas que sostenían las pequeñas estructuras de madera. – Ésta de aquí es una torre para extraer petróleo en el océano. ¿Cómo les llaman? No me acuerdo. En fin. ¿Ves que por allá hay una silueta como de una formación rocosa? Son arrecifes de coral. Los ponen juntos porque esta mesa completa es una maqueta de una plataforma (esa es la palabra) marítima. Mira cómo se sostiene con estas columnas; en la mesa de allá, en cambio, tienen una torre de vigilancia que se mantiene en pie por otro principio estructural: por los triángulos-.

– ¿Entonces usted sí es arquitecto?

– No. Me gusta mucho la construcción y he procurado investigar, pero nada más. Sé un poco de todo porque lo que me interesa lo busco y leo de eso. Aquella otra cosa que se ve por allá -dice mientras señala un montón de agujeros hechos en la pared- es como la taquimecanografía, en la que se mezclan barras y puntos para hacer referencia a otras cosas, como letras. También como el código morse o el sistema de cuentas de los mayas. ¿Sabes que esas tres cosas funcionan con principios similares?-.

Me costaba trabajo seguir el paso al torrente de sus palabras, además de seguirlo de una habitación a otra. – Ven por acá. Mira cómo este rodillo se mueve de regreso a donde estaba cuando lo sacas de su punto de equilibrio. Creo que fue Newton el que explicó por qué pasa eso, ¿cierto? Los torneros hacen que el rodillo sea más pesado de un lado para conseguir ese efecto. ¿Viste esa escritura rara de afuera? Es como la de los asirios, que también se grababa en rodillos de barro cocido-.

El señor, entusiasta de haber encontrado a alguien que lo escuchara, no me daba tregua. Lo mismo me explicaba principios de física general, que la manera en que los agricultores saben cuánto maíz van a cosechar de acuerdo con la lluvia y sol que hay en cada semana del año. En su boca se agolpaba una mezcla de rudimentarios conocimientos sobre ciencia, filosofía y artes, así como de tareas cotidianas y oficios, en una rara armonía entre los contrarios que pocas veces se encuentra. Siguió conmigo unos quince minutos más, desmenuzando las obras, explicándome cada una de ellas con el detalle que sólo puede otorgar la observación atenta. Luego se fue y yo me quedé pensando en cómo todo lo que me había dicho tenía conexión.

Entré en la última de las salas (en la que estaba el rodillo), y comencé a descifrar la ficha técnica de la exposición que también estaba codificada. Ya estaba tan cansado que sólo alcancé a leer el nombre de los artistas y el subtítulo de la muestra, Oficios e instintos. Con esto bastó para que todo cayera en su lugar: los mensajes escritos en las herramientas, los objetos de trabajo distribuidos en las salas y hasta la conversación con el señor (tan ajena a la vez y tan cercana a las piezas de la exposición). Los elementos tenían que ver, sin excepción y de una manera u otra, con la dicotomía entre lo bajo y lo elevado; los oficios frente a las profesiones, el conocimiento libresco frente a la sabiduría popular, el esfuerzo físico frente al intelecto. Entendí que la muestra buscaba, en consonancia con la tendencia de nuestro tiempo, cuestionar las categorías binarias tradicionales, borrar la arbitraria división entre estos ámbitos.

Una rosa tiene forma de una rosa nos propone pensar las realidades inmediatas sin los prejuicios heredados por la tradición: la carpintería es tanto un trabajo como lo es la medicina y es tan válido un conocimiento de las partículas subatómicas como el de los ciclos para cosechar árboles frutales. Parece querernos decir que un trabajo es un trabajo, como quiera que lo veamos, que un conocimiento es un conocimiento y así hasta el infinito.

Las cosas, nos dicen estos artistas, son mucho más sencillas de lo que parecen: tienen su propia forma y no hay por qué complicarse con más, no debemos cargarlas con significados que no les corresponden, hacerlas pesadas. La exposición bien podría llamarse Cada cosa tiene su propia forma (si dejamos de lado lo ordinario de esta propuesta, claro está) porque ese es su discurso: valorar las cosas en su medida y desde sus propios términos, no desde categorías extranjeras a sus dominios y desde comparaciones sin sentido.

Pedro Derrant

La muestra colectiva Una rosa tiene forma de una rosa se exhibe en Casa del Lago hasta el 29 de mayo. Consulta horarios de visita en www.cultura.unam.mx.