Imaginar historias posibles con los Regaladores de palabras

Hace unos años, Mario Vargas Llosa tituló su discurso de recepción del Premio Rómulo Gallegos con un aforismo que desde que leí se quedó grabado en mi memoria: “La literatura es fuego”. Ahí habla del poder subversivo que el arte de la palabra contiene de manera inherente: no importa si una ficción no denuncia algo de la realidad inmediata y se ocupa de otros asuntos del todo alejados de ésta, el hecho mismo de crear un mundo distinto al nuestro es un acto incendiario de rebeldía, de inconformidad con el statu quo.

“Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo”. Para el peruano, el autor de ficciones tiene todos esos poderes, pero si somos justos y pensamos las cosas con mayor profundidad, este no es un privilegio exclusivo de ellos, sino de todo aquel que ejerce el poder de la ficción.

Entre todos ellos quizá los menos recordados son los cuentacuentos, acaso porque su actividad suele parecer la de un mero entretenimiento infantil. Gran equivocación: cualquier historia nos demuestra que existen posibilidades más allá de lo aparente y, mejor aún, que son accesibles a través del ejercicio de nuestras potencias. Un buen cuentacuentos es tan peligroso como una bomba; la diferencia es que su explosión es benéfica pues dinamita los cimientos de nuestras limitaciones intelectuales.

Los participantes del programa Regaladores de palabras pertenecen a esta cepa de tejedores de historias, especialmente peligrosos por lo efectivo de sus relatos. Se presentan todos los fines de semana, poco después del mediodía, en la Explanada del Centro Cultural Universitario, rodeados de niños que participan de las historias, que contestan, proponen y cambian, que crecen con cada nuevo personaje que aparece. Los regaladores no se conforman con dar palabra; dan luces, dan horizontes y futuro.

Así fue el caso de la actuación de una de las cuentacuentos que, auxiliada de unas figuras medianas de papel que representaban a los personajes de “El soldadito de plomo”, de Hans Christian Andersen, y de la voluntad de los niños, escenificó el clásico relato entre las expresiones de sorpresa, alegría, miedo y tristeza de los espectadores, no sólo los más jóvenes sino incluso los mayores y los no pertenecientes a la especie humana (en cierto momento, mientras la mujer pedía auxilio, imitando la voz de la princesa, un perro que estaba entre la multitud le ladró con una insistencia que hizo reír a todos los presentes).

Platón, en alguno de los libros de La República, establece que la peor forma de educar a una persona es a través de las imitaciones, ya que son las que más fácilmente entran al ánimo de los espectadores, y a menudo esos mensajes son nocivos para el desarrollo de las “mentes débiles”; sin embargo, las sesiones de cuentacuentos son una refutación a esta perspectiva.

A través de la imitación, esto es de la re-presentación de los diálogos con la voz y los gestos, es que uno puede comprender mejor las ficciones, que al contarse una y otra vez adquieren mayor fuerza y ofrecen una visión radicalmente opuesta a lo establecido. Los niños que escucharon “El soldadito de plomo” no sólo hicieron eso; aprendieron a través de la recreación de un mundo ficticio, a repensar su vida, a cuestionar la realidad y a asombrarse, la más importante de cuantas lecciones puede uno obtener de esta vida.

Pedro Derrant

Los Regaladores de palabras se presentan los fines de semana en Centro Cultural Universitario, Museo Universitario del Chopo y Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Consulta la programación en www.cultura.unam.mx/regaladoresdepalabras.