Entras al Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, contigo son 36 personas que esperan en el lobby a que inicie la función de Danzantes del Alba. A los asistentes los agrupan en dos filas para ingresar al foro. La sorpresa es que ninguno de los espectadores ocupa cualquiera de las butacas disponibles, sino que se les conduce arriba del escenario para ubicarse de pie exactamente donde se marca en el piso un pequeño y grueso circulo gris. Si bajas la vista a unos pocos metros más allá de donde estás parado, verás que en la superficie se contienen entre sí tres círculos de color rojo.
Vestida casualmente, una joven mujer instalada en el epicentro de tu mirada te da la bienvenida y la oyes decir que todo lo que enseguida va a ocurrir será alrededor de esos mismos círculos, y que en breve presenciarás la escenificación de una pieza provisional, “hasta que se diga lo contrario”. Tú y otras personas más están en el corazón mismo de la representación, un suceso que tiene sentido para los danzantes porque los sitúa en un momento de transición, “al final de un episodio o al principio de otro”.
Y el relato continúa. Te enteras cómo la obra nació hace siete años a raíz de una visita a Tenosique, Tabasco, y que los primeros danzantes de esta instalación performática fueron migrantes centroamericanos. Mujeres y hombres en tránsito danzaron por largas horas portando trajes festivos hechos con cientos de retazos de colores que se agitaban con el aire, expresando con gozo que danzar y coser son dos actos con los que se puede contar fragmentos de la historia. El carnaval y la comparsa cobraron vida gracias a los invitados inesperados, quienes más tarde seguirían su camino con el propósito de cruzar la frontera de México con los Estados Unidos.
Tú y el resto del público se hallan inmersos en la acción del acontecimiento, contemplas la ejecución enérgica de los bailarines y observas cómo danzan tomando entre sus manos los trajes como si se tratasen de cuerpos fantasmales. Ves que cada danzante se pone uno de los atuendos maquilados en prisiones, edificios abandonados y pequeños pueblos. Simultáneamente, miras de reojo las imágenes que se proyectan en pantallas semicirculares y que rodean la acción.
Un sonido de un tambor y rítmica música, casi primitiva, acompaña los agitados movimientos que también son relatos, y donde cada prenda encuentra su sentido definitivo: un homenaje a los fragmentos de la materia y la historia. Así van los danzantes, disfrazados con desechos, ocultos detrás de máscaras frágiles.
Danzantes del Alba explora modelos alternativos de desplazamiento escénico. Tú converges en esa pieza, tu cuerpo y el de otros espectadores, por más estáticos que perciban, modifican la escena. Al final, los voluminosos trajes cuelgan de arneses en una especie de coreografía aérea. El humo y las luces multicolores contribuyen a hacer más deslumbrante el vertiginoso baile de los mil retazos.
Fuiste testigo de “una celebración de la vida y de la creatividad de las y los artesanos, de una llamada de atención sobre la marginalidad en la que viven las trabajadoras de las maquilas en nuestro país”. Acudiste a una creación de Teatro Línea de Sombra.
La compañía es un proyecto artístico, con residencia en la Ciudad de México desde 1994. Cuenta con un equipo de colaboradores cuya búsqueda está orientada a problematizar los sistemas de creación escénica en el contexto de las prácticas artísticas contemporáneas.
Pieza ejecutada por: Nancy Arollo, Toztli Abril de Dios, Juan Carlos Palma, Gilberto Barraza, Ricardo Leal, Ahmed Martínez, Marisol Zepeda, Elisa Romero, Iván Mondragón y José Antonio Becerril. Narradora, Antígona González. Investigación y dramaturgia: Rodrigo Parrini; dirección de escena: Jorge A. Vargas. Presentaciones: jueves, viernes y sábados 17, 18:30 y 20 horas; domingos 17 y 18:30 horas. Corta temporada hasta el 11 de diciembre.
René Chargoy Guajardo
Danzantes del Alba, de la compañía Teatro Línea de Sombra, se presenta de jueves a domingo en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón. Más información en cultura.unam.mx.