Como en muchas situaciones creativas, lo que inspira el surgimiento de alguna pieza estética, modesta o sublime, es la referencia metatextual con la gran tradición universal, aunado al encuentro con un extravagante interlocutor. Dos seres igual de curiosos que Sherlock Holmes y el doctor Watson se reúnen por primera vez en medio de teorías explosivas, pensamientos inquietos y charlas interminables, como ocurre al protagonista de la nueva novela de Enrique Vila-Matas, Marienbad Eléctrico, al encontrarse con la artista Dominique González-Foerster:
“Alguien mueve los hilos por ahí… los hilos me abren perspectivas siempre buenas e insospechadas. Y les dejo hacer, claro. ¿A dónde me llevan? Quizás a un libro que algún día escribiré sobre mis relaciones con Dominique Gonzalez-Foerster y sobre nuestra animada y creativa práctica del arte de la conversación…” (p. 11).
En su nuevo libro Marienbad Eléctrico, coeditado por Literatura UNAM y la editorial Almadía, Enrique Vila-Matas nos revela su fascinación por El año pasado en Marienbad (Last Year at Marienbad, 1961), filme de Alain Resnais y punto de fuga desde el que el narrador extiende laberintos subterráneos hacia la novela de Adolfo Bioy Casares y hacia muchas más canciones, películas, novelas y obras de diversas épocas y países.
El yo lírico, como un poeta maldito electrificado, nos guía a través de instalaciones y exposiciones de arte a lo largo de las ciento cuarenta y tantas páginas de la novela, siempre tras la pista de la indefinible Dominique. El personaje, a quien Vila-Matas da voz, se nos presenta como un detective de los conceptos, un buscador incansable de conexiones y referencias de todo tipo y de ninguno, un diletante a la vieja usanza de los bohemios de la época de Rimbaud y Baudelaire. Así es como el escritor nos invita a nadar entre esa sustancia-pastiche de citas cultas y referencias distorsionadas, irónicas, falsas, heterónimas, juguetonas, truqueadas o ficcionales que conforman su prosa; un palacio de espejos con mil puertas, como los cientos de hoteles que frecuenta a lo largo del libro el personaje, como el Splendide Hotel, instalación que ha montado Dominique para una exposición:
“Voy a los hoteles igual que empiezo novelas, para tratar de cambiar de vida, para ser otro. Falto de la destreza que tiene DGF para modificar los espacios en los que le encargan obras visuales, hago lo que puedo con mi talento y cambio mi domicilio por un cuarto de hotel cualquiera y de inmediato imagino que estoy llevando a cabo una instalación.” (p. 16).
Laberinto y novela
Desde Rimbaud a Alain Resnais, pasando por una gran lista de nombres entre los que destacan Roberto Bolaño, Lou Reed, Wim Wenders, Anthony Burgess, Jorge Luis Borges y muchos otros, las charlas entre el narrador y Dominique nos conducen de obras literarias, hacia películas o canciones y de regreso; a partir de estos recorridos el autor lleva a cabo una revisión lúdica de buena parte de lo más emblemático de la cultura de los siglos XIX y XX.
El narrador vila-matiano no libra batallas, no acomete a violentos criminales en callejones malolientes al estilo Chandler, ni mucho menos dispara desde un auto en movimiento, sin embargo, no deja de ser un detective infalible, un investigador tenaz en la cacería de un núcleo inasible; un buscador de sombras, de proyecciones fantasmagóricas y electrificadas, como las que se presentan al personaje de La invención de Morel. El narrador es un cineasta que escribe películas en su cabeza:
“Entramos como si fuéramos científicos o detectives de Bolaño que hubieran descubierto las ruinas de algo esencial y ya casi olvidado. Entramos como si fuéramos a rodarlo todo.” (p. 52).
La trama de la obra podría parecer algo muy simple, pues todo se desenvuelve a partir de aquello que el narrador intenta escribir sobre las diversas instalaciones y obras que ha visto de su admirada Dominique Gonzalez-Foerster y en especial del Splendide Hotel, que se transforma en uno de los ejes de la novela. En la compleja búsqueda, el curioso detective-crítico, quizás ese gran mentiroso compulsivo que dice ser el mismo Vila-Matas, va atando referencias de todo tipo con el fin de lograr descifrar el enigma final que la artista ha tejido ante sus ojos.
En Marienbad Eléctrico, el afamado escritor barcelonés nos regala, muy en su estilo, una novela que reflexiona sobre la génesis de la creación literaria, invitando en muchos momentos al lector a encontrar sus propias pistas y patrones a través de las ideas del personaje de Dominique. Una novela que propone crear nuevos mundos, en un mundo donde un creador, desde la más fina ironía, no tiene por qué limitarse únicamente a ser un cineasta, un artista plástico o un escritor, sino que puede aspirar a ser una fusión compleja de todo aquello, un compulsivo recolector de visiones:
“Yo soy un cineasta sin obra, que permanece fiel a la libertad narrativa de las películas de los sesenta que tanto me atraparon en mi juventud. Como cineasta secreto imagino secuencias, creo escenas para una futura antología de cine invisible.” (p. 55).
En el lugar de la creación primordial, el detective Vila-Matas se encuentra con la nada, aquella sustancia previa a la concepción de la obra de arte, y como los personajes de la película Stalker (1979), de Andrey Tarkovski, al entrar a la habitación vacía de la Zona, aquello que el protagonista encontrará en el cuarto vacío del Hotel-instalación bien podría ser algo muy diferente de lo que habrá de encontrar el detective-lector.
Jorge Luis Tercero
Marienbad Eléctrico de Enrique Vila-Matas se encuentra disponible en la red de librerías universitarias.