Rondan en internet unas líneas atribuidas a Noam Chomsky (cuya autenticidad no puedo corroborar o desmentir, pues no he leído libros de él, pero para el caso no importa de quién sean), que inciden en la polémica de si el lenguaje ha perdido su capacidad expresiva a causa del paso del tiempo y el uso: “El lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en el que vivimos”. El autor de estas palabras demuestra una actitud conservadora de la evolución lingüística y zanja el problema sin mucho esfuerzo: una lengua evoluciona paralelamente a sus hablantes y por tanto nunca se vuelve vieja, sino que se encuentra en continua e ininterrumpida renovación. Para muchos, no obstante, los sistemas lingüísticos han dejado de ser el vehículo libre del pensamiento que fue en otro momento. Para ellos, ha acumulado óxido entre sus engranes y ya no camina, para ellos la evolución “natural” es insuficiente, para ellos dinamitar los cimientos mismos del lenguaje es la respuesta.
Rodrigo Hernández, artista mexicano perteneciente a esta estirpe, de raíces tan profundas que pueden rastrearse hasta los principios del siglo pasado con las vanguardias (o aún más atrás en poetas como Luis de Góngora o Juan de Mena), irrumpe en la discusión desde una plataforma peculiar, por parecer ajena a la lingüística: las artes visuales.
La instalación El pequeño centro, expuesta en Museo del Chopo, es un discurso a favor de la regeneración del lenguaje, a través de la ruptura de los puentes lógicos entre una palabra y su significado. La pieza es bastante sencilla: una gran cantidad de mosaicos cuadrados de porcelana de distintos tamaños se disponen en el suelo en un rectángulo de unos cuatro metros por dos y medio. En uno de los lados más pequeños, justo al centro, hay una caja de madera, también rectangular pero pequeña y con un dibujo de un murciélago dentro. A un lado, cuelgan dos objetos, uno de ellos grande y con la forma de un costal de golpeo, el otro pequeño y más parecido a la pera. Dos hojas de papel, colgadas en extremos opuestos de uno de los lados más largos, completan la obra. Una tiene escrito un mensaje en español que raya en lo surrealista; la otra tiene un mensaje en inglés que no es menos oscuro.
Sin embargo, si no mencionamos los paratextos de la exposición, lo anterior sólo suena como una enumeración de elementos inconexos. Una mampara puesta a un lado de la instalación explica que el artista buscaba proponer un lenguaje novedoso que se basara en símbolos interpretables por el espectador. De este diálogo se generarían “sentidos poéticos”, no significados, pues la única forma de renovar la lengua sería quitándole su ancla más pesada a la realidad: la correspondencia racional entre una palabra y su acepción.
Esta propuesta, tan vigente en la obra de poetas jóvenes como Augusto Sonrics, podemos encontrarla en los textos de las dos hojas de papel, producidos según Hernández con los recortes de otros discursos, reunidos sin orden alguno. Fuera de eso, sin embargo, resulta bastante complicado encontrar una evidencia plástica que respalde lo que se dice en la ficha técnica de la obra: podríamos interpretar la caja de madera como un símbolo de la duermevela (como el mismo Hernández sugiere), o los cuadros de porcelana como una alusión a la múltiple dimensión de la lengua; aunque, en realidad, es muy difícil sostener una relación uno a uno de los elementos de la pieza con un significado. Esto, por paradójico que pueda sonar, es precisamente lo que pone todas las piezas juntas y les da el sentido que Hernández plantea: la obra pone en juego elementos desconectados que deben ser “escuchados” por el espectador de acuerdo a su subjetividad.
No hay un sentido de la pieza. La obra no trata sobre la creación de un nuevo lenguaje, aunque sí tiene que ver con esta propuesta: no es una discusión sobre esa lengua innovadora, sino la puesta en escena de ella. Nada más lejano a un lenguaje estático con el único fin de perseguir la practicidad; estamos ante una lengua que busca la recreación estética sobre cualquier otra cosa, incluso sobre la coherencia misma.
Pedro Derrant
El pequeño centro se presenta en el Museo Universitario del Chopo del 29 de octubre de 2015 al 14 de febrero de 2016. Consulta los horarios de visita en: www.cultura.unam.mx.