Las mil y una noches es el texto por excelencia que ha cautivado la imaginación del hombre occidental y le ha llevado a viajar por tierras extrañas, desconocidas. Si lo hemos leído o no, poco importa, pues de cualquier modo seguramente conocemos algún esbozo de la historia:
En un lejano reino del oriente, el sultán Shahriar ha asesinado a su mujer, pues ella lo ha engañado con un esclavo. A partir de entonces, el sultán busca venganza y toma la resolución de desposarse nuevamente cada noche, pero para evitar que el engaño pueda repetirse, cada nueva esposa es asesinada al amanecer siguiente. Cuando Shahriar se desposa con Sherezade, Shahrazada o Scheherezade, ella tiene un plan para lograr, por lo menos, conservar su vida cada día que pasa. Aquel plan; atrapar al sultán en los cuentos que sólo su esposa conocía, resulta tan efectivo que no sólo Sherezade salva la vida, sino que el libro, compendio de estas historias, ha sobrevivido y fascinado al mundo por ya varios siglos.
Por supuesto, la historia de Sherezade ha sido producto de una continua reinvención, que ha pasado por las manos de traductores y lectores en muy variados idiomas, como una fuente que infinitamente sacia nuestra nostalgia, porque a su vez, es siempre nueva. Y he aquí, otra característica de Las mil y una noches, nos da la sensación de ser infinito.
En esta adaptación al teatro de Christian Courtois, no veremos a Marco Polo ni a Aladino, pues no está basada en los hombres aventureros que, tras varias peripecias, terminan convertidos en héroes. El relato principal se centrará en personajes femeninos, ávidos de conocimiento y vida. Las historias que aquí se entrelazan son de mujeres en un cosmos donde son acechadas por bestias, codiciadas por los hombres y poseídas por reyes que deciden sobre la vida de ellas como si de un objeto se tratara. Los límites entre hombre, bestia y rey aparecen aquí entreborrados, como una siniestra sombra sobre un cúmulo de historias tan bellas como violentas.
Sin embargo, más allá de la perspectiva de género, la obra apuesta por una impresionante estética visual que en verdad logra evocar el sufrimiento humano. La vertiginosa narración, que no teme hablar abiertamente de la sexualidad femenina, es intensa como la sed de vida de Sherezade. Como en el libro, juego interminable de relatos dentro de relatos, los escenarios mutan de un momento a otro casi hasta producir vértigo y los juegos de la luz templan la atmósfera para un nuevo cuento. Entre sombras anónimas, miniaturas que evocan el oriente, juguetes y una intensa narración, el espectador no puede apartar los ojos del escenario hasta el final.
Eleonor González Roldán
La puesta en escena Shahrazad se presenta del 23 de septiembre al 9 de octubre en el Teatro Rosario Castellanos de Casa del Lago. Consulta horarios en www.cultura.unam.mx.