El personaje está siempre supeditado a los designios de su autor. Su historia está condenada a repetirse tantas veces como sea leída. Siempre la misma y otra a la vez, puesto que así como nadie se baña en el mismo río, nadie lee la misma historia dos veces. Hay personajes, aún más grandes que sus propios relatos, que rebasan a sus autores, desbordan sus historias, son capaces de salir de ellas y sostenerse por sí mismos. De entre ellos, quizá un ejemplo paradigmático sea Alonso Quijano, mejor conocido por su mote de caballero andante: Don Quijote de la Mancha. Figura trágica y absurda, el héroe desgraciado por antonomasia, un digno aspirante a la decepción, pero jamás a la apatía.
“Al mundo le hacen falta más delirios quijotescos” es la premisa de la puesta en escena Quijote, vencedor de sí mismo, de Mónica Hoth y Claudio Valdés Kuri. Don Quijote, el personaje cuya triste figura se recorta contra el sol de la llanura desolada, se construye de palabras, pero también de sus acciones; lo cual queda de manifiesto, por ejemplo, en el episodio de los galeotes: Don Quijote libera a los condenados a galeras, entre ellos el temido Ginés de Pasamonte, que muy mal le paga la buena acción, por no parecerle correcto –aunque fueran criminales– que los llevaran atados de aquella manera. Ahí queda resumida la consigna del personaje: hacer el bien a todos y el mal a nadie, la esencia más pura de lo que es un delirio quijotesco, la intención de defender una causa por más que al mundo le parezca perdida.
En esta obra, Don Quijote no está en la Mancha, ni Sancho se encuentra a su lado. Vemos a un Quijote que es consciente de sí mismo y del camino que Cervantes le dejó escrito para siempre, y que, perseguido por su gran enemigo Festón, injuria a su autor por haberlo metido en tales embrollos. Y aunque esclavo de su historia y de sus derrotas, no deja nunca que éstas mermen su ánimo. En determinado momento, Don Quijote logrará liberarse del yugo que supone la existencia de un autor que determine su destino. El protagonista de la novela de Cervantes encuentra una alternativa al final obligado al confrontarse con una joven, autora de sí misma (en su diario), a la que enseña a vencer sus temores y hacer el bien.
La puesta en escena da un giro a la historia del buen hidalgo, le quita el velo de “obra clásica”, que provoca se lea a medias, por obligación o como el mismo Quijote dice: “en un mero resumen de la web en el que se pierde toda la belleza de las palabras o las historias, que no son pocas, intercaladas con la del caballero andante”.
El vencerse, en este caso, incluye vencer al autoritarismo del escritor: a esa fuerza que parece predestinar nuestra vida, la tan dañina conformación, al monstruo de la apatía, a la idea de que ya todo está escrito o descubierto y no queda nada por hacer. Vivir sin cuestionar al autor es aceptar su yugo plenamente. Rebelarse ante él y sus designios es dejar atrás la resignación, y lanzarse en plena oscuridad contra los gigantes a manera del buen Don Quijote que puede ser, según convenga al lector y a la época: hidalgo, caballero, héroe o loco, pero siempre ingenioso.
Eleonor González Roldán
Quijote, vencedor de sí mismo se presenta en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del CCU del 14 al 30 de octubre. Consulta horarios en www.cultura.unam.mx.