La historia de Blancanieves, al lenguaje de la danza actual

“¡Blancanieves!”, contesta una niña al micrófono cuando le preguntan -antes de comenzar la presentación- que cuál es  su personaje favorito del cuento de los hermanos Grimm. Otros niños contestan que la  Bruja, Gruñón, Tontín o un pajarito. La sala está absolutamente llena, en su mayoría por un público cuyos pequeños pies se balancean sin tocar el suelo, impacientes en sus butacas. Hay gritos y risas por todas partes hasta que dan la tercera llamada, todo se oscurece y se levanta el telón.

Se oye la pieza para suite La mañana (Moorning Mood) de Grieg. En el palacio están el Rey y la Reina enamorados; van de un lado a otro como en un cortejo de aves que se coordinan para latir a un mismo ritmo y dar vida a otro corazón: la pequeña “blanca como la nieve, sonrosada como la sangre, de cabello negro como la madera de ébano”, así la describían los hermanos Grimm: la hermosa Blancanieves.

La Reina muere, el Rey se vuelve a casar, pero con una Bruja que, cargada por sus sombras malignas, aparece en el escenario, soberbia e imponente a la hora de ejecutar cada uno de sus movimientos desafiantes frente a su espejo que de pronto se vuelve transparente.

Han pasado los años y la niña Blancanieves ha crecido. Tiene en su danza la expresión de la belleza y de la vida. Como todos sabemos, la Bruja manda a un cazador a matar a la princesa porque su espejo le dice que ella ya no es la más hermosa; pero ésta huye hacia el bosque donde es rescatada por animales que en el escenario parecen pequeños alebrijes y ahí conoce al famosísimo grupo de los siete enanos, que realmente son muy pequeños y danzan al mágico ritmo del  poema sinfónico Aprendiz de brujo (The Sorcerer’s Apprentice), de Paul Duckas. Resulta curioso ver que tienen las personalidades de la versión animada que Walt Disney hiciera en 1937.

Así, la Compañía Nacional de Danza, bajo la dirección artística y ejecutiva de Mario Galazzi y Enrique Tovar Dieck, respetivamente, presentó en la Sala Miguel Covarrubias una nueva interpretación de danza de Blancanieves con un lenguaje de baile moderno.

El montaje con atractivos vestuarios; una selección de música clásica de compositores como Bach, Mussorgsky o el italiano Rossini; y un escenario minimalista y desafiante, por el uso de sus cinco planos; terminó por atrapar por completo la atención de tan difícil público y lo trasladó hacia un mundo donde los linderos de la fantasía y la realidad se perdían al instante.

Irina Marcano, coreógrafa encargada, comentó que hacer una producción para un público infantil significó un reto; pues, más que querer representar la obra con novedosas propuestas de lenguaje de danza contemporánea, el objetivo, desde un principio, fue llegar a los niños y no a un público especializado en danza. Por lo que, para llevar a cabo el ensamble entrevistaron a varios niños sobre lo que pensaban respecto a algunos conceptos abstractos como el amor e integrar sus ideas a la coreografía.

Kevin Aragón