Cuando los poetas del siglo XIX cantan a los árboles, los arroyos o los pajarillos silvestres, el lector actual siente los doscientos años de distancia. Nuestra realidad es de edificios, de tráfico, de plantas de oficina.
Poco a poco se ha desarrollado en nuestra literatura una tradición de poesía urbana, con temas y personajes tomados de la ciudad, especialmente de la ciudad-monstruo que desde hace poco más de medio siglo ha crecido al ritmo del progreso, sin que el bienestar le vaya a la par, y que se convierte ella misma en un personaje: la urbe de Tepito y Polanco, de los olvidados y los “mirreyes”. Es la metrópoli que han cantado, con tanto amor como odio, Octavio Paz, Rubén Bonifaz Nuño, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde y, en este caso, Eduardo Hurtado.
Nacido en la capital, Hurtado toma como objetos poéticos las sillas, las azoteas, las casas e, incluso, las moscas, en un poema que arrebata una sonrisa a todo el que lo lea o escuche. Es sincero, ni los pinta con colores tremendistas ni los traza con los tonos pastel del optimismo oficial. Posee, además, una capacidad de empatía notable; ¿quién, al regresar del trabajo, no ha sentido que “Cae la tarde, con prisa y sin crepúsculo. / La ciudad se recoge / como una vieja enferma”?, ¿quien, que ya tenga cierta edad, no está convencido de que “La ciudad ha crecido / y sin embargo / la vence en amplitud / el parque de mi infancia”?, ¿quién no ha notado que “a punto de fugarse / de su trampa imperfecta, / danza la ropa / en las jaulas de las azoteas”?
En otra vertiente, el poeta muestra su habilidad al crear magistrales viñetas que demuestran la diferencia entre un poema breve bien manufacturado y un trocito de poema forzado en un molde pequeño. Por ejemplo, “La araña”: “En lances lúbricos / la minuciosa araña / viste y desviste / el cuerpo de la nada”. Quienes disfrutan los haikús y otros formatos cortos, sin duda gozarán con las que el autor llama modestamente “bagatelas”, como en la música.
En “Poética”, incluido en la antología, dice tanto sobre el acto poético como en su momento lo hicieron León Felipe u Octavio Paz; por ejemplo: “La poesía / dice lo mismo de otro modo: / cada mañana inventa la mañana”.
Si la hora de poesía que incluye el volumen no es suficiente para algún escucha-lector, sugerimos que adquiera Sol de nadie, antología del autor publicada por la UNAM, disponible también en la red de Librerías de la UNAM.
Álvaro Sánchez Ortiz
El ser que fuimos (1973-2012) de Eduardo Hurtado, Col. Voz Viva de México #120.