“El cine no es territorio de genios ni de metáforas o alegorías, sino un oficio como cualquier otro, que se desempeña en una realidad material, tangible. Un medio de expresión que si se logra comunicar con la mayor honestidad posible, dice más que teorías e imágenes vacías”, fue lo primero que dijo Béla Tarr en su encuentro con estudiantes del CUEC.
El director húngaro habló sobre su visión del cine, caracterizada por dar voz a campesinos, proletarios y gente común. Compartió que realizó su primera película Nido Familiar en 1977, a los 22 años, sin saber nada cine, pero con la intención de expresar algo real a través de sus imágenes.
“Siempre que hago cine intento partir de lo real, del lado de la vida, es mi formación, nunca recibí ningún tipo de educación en cine. Incluso hoy no sé lo que es un filme”, bromeó el autor de Almanaque de otoño (1985), Sátántangó (1994) y Las armonías de Werckmeister (2000).
Tarr destacó que su primer acercamiento al cine fue desde lo social, porque a través de este medio él hubiera querido cambiar al mundo y pensaba que si lograba comunicarse con los otros, se acabarían los problemas. “Después me di cuenta de que los problemas no son sociales sino ontológicos”, dijo.
Sobre la negativa a emplear guion en sus filmes, explicó que el lenguaje cinematográfico no tiene nada que ver con la escritura: “El cine es ritmo, imágenes y atmósfera. En este sentido, nunca uso un guion porque me parece inútil. No puedes escribirlo todo, tienes que crear desde el escenario o el lugar donde estás filmando in situ. Yo uso cartas a partir de las que planteo la estructura de una película”.
Describió su método como algo sencillo: durante el rodaje de El caballo de Turín, pegó tarjetas con indicaciones sobre una pared, para que todo el crew pudiera ver lo que se necesitaba: “Fue sencillo. Todos entendieron lo que había que hacerse. Obvio, no le di a ningún actor su libreto personal”, bromeó.
El cineasta declaró que le parece tonto escribir sobre un personaje con determinada personalidad, para luego buscar un actor que no se le parezca en nada y terminar por obligarlo a convertirse en algo salido de un trozo de papel.
El realizador compartió la peripecia que vivió con su equipo para hallar al caballo perfecto para la película El caballo de Turín. Nos aventuramos en un mercado de animales ubicado en una de las zonas más pobres de Hungría, cerca de la frontera con Rumania. Ahí miró con detenimiento los ojos de cada caballo. Cuando creyó que no hallaría nada, se topó con una yegua que los mercaderes decían que estaba vieja, que sólo servía para hacer salchichas. “En ese momento, dije al productor: Es nuestro caballo”.
Al llegar al final de la charla, el director aconsejó a los jóvenes del CUEC, que en esta época en la que nos encontramos rodeados de tantos dispositivos como iPhones y tablets: “filmen y filmen y filmen todo lo que puedan y con todo lo que tengan a la mano porque el camino para hacer cine es ese nada más”.
Jorge Luis Tercero